Red Bull
Hola, desconocido. Esto es lo que sé de vos. Esta
semana caminaste por una calle, revisaste tus bolsillos, algo habrás sacado, y
tiraste una bolsa de plástico con seis pastillas de éxtasis. Volví de un viaje
de cinco días y me encontré con Tomás. Tomás caminaba detrás tuyo ese día, el
día que perdiste esa bolsita que probablemente te costó un par de miles de
pesos, que seguramente no valgan nada para vos y de la que Tomás y yo acabamos
de tomar dos pastillas. Dudamos un poco al principio. Qué onda la calidad. Cómo
pega. Estará cortada. Todas cosas que no sabemos y se nos vinieron a la cabeza
esta noche, cuando volvimos de un bar antes de las once y decidimos que nos íbamos
a tomar esa bolsita que vos tiraste con descuido y algo de desprecio porque
probablemente para vos, unos cuantos miles de pesos no sean nada y para
nosotros, al menos esta noche, sean todo. Pero igual nos lo planteamos, si. Qué
carajo tendrá esta mierda. Los primeros resultados de Google indican muerte,
destrucción, preocupación, y un poco nos preocupa a nosotros también porque
Google es el líder espiritual de nuestra generación. Si él, en sus primeros
cinco resultados, señala muerte y destrucción, fruncimos el ceño y pretendemos
ser responsables. Fingimos, más que nada porque nos conocemos poco, que nos
interesan los resultados de lo que esa esos botoncitos químicos puedan causar
en nuestro cuerpo. Lo fingimos para el otro. No quiero que piense o no quiero
que se dé cuenta que si esta noche me muero y si mañana soy el recuadro de la
portada de un diario, todos los informes sobre drogas en los noticieros
nacionales, si mañana soy el tema del día de los que como nosotros esta noche
con una postura fingida, pretenden estar preocupados por los dos imbéciles que
tomaron pastillas que juntaron del suelo, la verdad no me importa. Pero bueno,
lo conozco hace dos meses y no quiero que piense que de verdad no me interesa.
También, porque sí, puede ser, en el fondo algo me interesa. Pero supongo que
prefiero que él me vea como algo un poquito mejor que eso y creo, casi tengo la
certeza, de que Tomás prefiere que piense lo mismo de él. Y creo, quiero decir:
estoy casi segura, que a él, como a mi, honestamente le importa poco si mañana
es el recuadro de un diario, el tema del día de los noticieros, el tópico de
conversación de la gente que cada mañana se dedica a fruncir el ceño frente a
otros.
Bien, desconocido. Sé algo más de vos. Tomás te
describió como un tipo que podría vivir en Barrio Parque. Él tiene esta
hipótesis. Tenés guita y comprás drogas caras, de calidad. Y tanto él como yo
elegimos confiar en esa intuición, en ese prejuicio. Los prejuicios, se sabe,
tienen mala prensa. Pero los prejuicios te ahorran tiempo y energía. Los
prejuicios te ahorran malos ratos, involucrarte con gente espantosa. Los
prejuicios te ayudan a no estar en situaciones de las que no querrías ser el
protagonista. Esta noche, por ejemplo, un prejuicio nos ayuda a elegir creer
que nos metemos en la boca una droga cara, de calidad. Sin embargo, en algún
rinconcito, el prejuicio hace agua. Por eso llegamos de un bar, bastante
temprano para ser un sábado, después de caminar por Callao mientras llovía.
Llegamos a la casa de Tomás algo mojados, nos cambiamos la ropa y nos
emocionamos porque vamos a tomar esas drogas que vos tiraste. Pero dudamos.
Tomás sonríe, levanta ese paquetito transparente, me muestra todos los dientes.
Saca las pastillas y ahí estoy yo frente a mi guía espiritual: el que me habla
de los efectos colaterales, el que me cuenta de otros imbéciles que ya fueron
recuadro en la portada de un diario, el tema del día en los noticieros, el
tópico de los fruncidores de ceño seriales. Hubo muertos, pibes a los que les
dijeron que tomaban A mientras en realidad tomaban B. Pero a esos resultados no
los abro. Porque de los guías espirituales uno toma solo lo que quiere tomar. Y
esta noche no quiero saber si alguien se murió por la pastilla que Tomás ahora
me mete en al boca y yo le meto a él. Tampoco quiero que le pase nada, la
verdad. De hecho me preocupa más lo que pueda pasarle a él. Como nos cruzamos
él y yo es bastante gracioso, pero dudo que te interese. Más que nada en este
momento, tres días después de llegar a la casa de tus amigos, después de
avisarles que habías pegado pastillas para todos, y te diste cuenta que cuando
sacaste el celular, de pura inercia, para ver quién te busca, quién quiere
saber de vos, qué reacción recibís de alguna pelotudez que hiciste en alguna
red social de mierda, y te diste cuenta que perdiste las pastillas. Quizás para
hoy ya te chupa un huevo porque de acuerdo a la descripción tuya que hizo
Tomás, para vos la plata no es un problema. Pero esa noche, que ibas a la casa
de tus amigos, que avisaste que habías pegado un par de pastillas -y ojalá sean
de la mejor calidad habida y por haber- esa noche llegaste y tenías las manos
vacías. Tus amigos estaban inquietos, quizás tuvieron una semana difícil,
probablemente esperaron el fin de semana porque te encargaste de escribirles a
todo sobre tu pequeña victoria: pegaste pastillas, varias, va a ser un buen fin
de semana. Es diciembre, hace calor, todo el mundo quiere salir, todos quieren
pasarla bien, pero todos, absolutamente todos tus amigos están en cualquiera:
el que no tiene miedo de perder el laburo está agobiado por la idea de
permanecer en un trabajo como el que tiene ahora toda su vida. O están
aburridos de todo, o esperan las fiestas con la peor de las expectativas. Quizás
te acusaron de cortarte solo y haber hecho alguna sin ellos. Lamento eso,
desconocido. Lamento que hayas llegado con las manos vacías a esa jaula de
leones llenos de ansiedad. Pero esta noche, gracias a vos, Tomás y yo nos
metimos dos pastillas en la boca. En el momento que dudamos, cuando Google
también nos frunció el ceño, él tuvo esta idea que nos desvinculaba de la responsabilidad
de meternos unas pastillas de contenido desconocido adentro de la boca y del
cuerpo. Yo le doy la pastilla a él y él me da a mi. Está bien, tiene sentido.
Tomar decisiones es lo peor de estar vivo. Así que si esta noche pasa algo, si
esta noche entramos a los cinco primeros resultados de Google, si esta semana
los fruncidores de ceño se dedican a repasar nuestras vidas porque en las
siguientes horas todo sale absolutamente mal, la decisión fue del otro por
sobre uno. Aunque en ese mismo momento pienso que si algo de lo que puede salir
mal, va a salir mal, ya sea que pase conmigo, o que pase con él, en cualquier
caso seré la persona con la que todo salio mal o la persona que puso la
pastilla en la boca de la persona con la que todo salió mal.
Eso es lo que se de vos. Perdiste una bolsa con éxtasis,
quedaste mal con gente, volviste a llamar al dealer y le hiciste un pedido nuevo.
Esto es lo que no sé de vos: ¿comprás drogas buenas? Tomás y yo elegimos creer
que sí.
Pitufo Azul
De haber
sabido que las cosas iban a ser así, ni siquiera lo hubiese intentado. Siempre
cordero de sacrificio, el que trata de mantener a fuerza de una voluntad inerte
e insulsa la esperanza de que la mediocridad no lo circunda.
En
determinado momento de la vida, podría decir que después de los treinta, las
cosas van en declive sin remedio. Las tetas ya se vieron, el sexo es una repetición
in aeternum que solo se entiende en vivir al borde de no cumplir su fin último
(la reproducción, oh horror), los amigos se cansan y se embotan, los padres se
derriten bajo el peso de los años, el barrio muta y se deshace.
El
aburrimiento es parte de encontrar la comodidad que requiere la estabilidad
para sostener una vida completa. Una vida que puede acabarse de un segundo a
otro y hacer que dejar de fumar y masticar chicles como un pelotudo se vuelva
tan al pedo como fumar tres atados por día hasta necesitar respirar con
asistencia luego de poco tiempo.
Pero la
mediocridad no se puede tapar porque es la esencia del ser humano. No es
pesimismo, es sólo haber vivido lo suficiente. Hay que entender y aceptar que
la mierda es la regla y que de no ser por ella la felicidad sólo sería otro
estado inocuo que buscaríamos vulnerar con una experiencia para lo cual no
tenemos una palabra. Debería hacer yoga,
pero no me he mudado a Palermo todavía.
Madurez
para aceptar que no se pueden cambiar las cosas. Madurez como falso sentimiento
de superación. Madurez, no te tengo. Madurez,
estoy en off side, repitiendo lo que en los años de adolescencia me prometí no
repetir porque, aunque pelotudo, sabía que me iba a llevar a un lugar terrible,
generalmente bajo metros de tierra y conocidos llorando por encima y enemigos
festejando a lo lejos.
Para tomar
una pastilla que me saca la migraña busco recetas, opiniones y contra opiniones
para estar seguro. Pero acá estoy comprando pastillas con formas de pitufo para
ser feliz. Para ser feliz yo y el conjunto de forros que no pusieron guita y me
prometieron que a fin de mes me la iban a devolver. Y yo acá, sabiendo que
ninguna de las promesas que esconde ese pitufo ni mis amigos son ciertas más
allá de algunas horas de felicidad y la credulidad recurrente que me abruma en
cada acto simple y consuetudinario de mi llana existencia.
Miro la bolsita
cargada y pienso si Dostoyevski o Sartre habrán escrito algo al respecto y si
yo los leí tan por arriba que no recuerdo qué es lo que dijeron. Tal vez soy
tonto. Tonto, musculado y bronceado porque es así es como me quieren o me educaron.
A esta altura del partido no lo sé ni quiero esforzarme y deprimirme al
razonarlo. Sólo espero que la fiesta esté buena, mis amigos idos y que Cami me
de bola. Cami me va a dar bola, estoy musculado y con buen sueldo. Creo que
triunfé en algún aspecto de la vida. Tal vez la felicidad se sienta menos pura
pero sea esto lo que toca para todos y todas. Todes, para resumir.
Voy a meter
algo en mi cuerpo con forma de dibujo creado por un belga. También crearon la
birra y las papas fritas, esos tipos bien saben de la vida, nada puede fallar.
Voy a meterme algo que me dio un contacto de Whatsapp sin dudarlo. Lo encontré
en un esquina luego de esperarlo 45 minutos. Llegó en una moto con su camiseta
de Chacarita, fingimos amistad, me resumió los efectos y me dijo que le pase el
contacto a sus amigos. Hay gente que sabe de negocios en un nivel muy primario
y, por cuestiones del destino, no fueron depositados en un ambiente donde los podrían
haber desarrollado de forma eficaz. Menos mal, tal vez hundirían sociedades
enteras en abismos insondables de hambruna. O serían los Huxley que necesitamos
para un verdadero Mundo Feliz. Brave New Hijos de Puta.
Vuelvo con
la felicidad embolsada en el bolsillo y con mi sueldo disminuido en tres
cifras. Altas tres cifras. En mis auriculares suena la música que espero
escuchar cuando sea empitufadamente feliz. Seré el Papá Pitufo de mis amigos y
Camila mi Pitufina. O mi Putifina. Rio solo.
Entro a
casa, saludo a mi vieja que toma vino sola en la cocina y voy a mi habitación a
vaciar mis bolsillos. La adrenalina entra en tu sistema como una forma de anestésico
autogenerado cuando el peligro hace de tu existencia una posibilidad y el dolor
sólo puede ser minimizado por esa sustancia recorriendo tu torrente sanguíneo,
rellenando cada lugar libre en tus músculos. La
adrenalina llega a su pico cuando vacío mis bolsillos y fuera de billetera,
llaves, celular, puchos, chicles, billetes sueltos y enrollados de baja
denominación, pelusas, un pañuelo de papel usado y contar una y otra vez esos
terrenales elementos, la bolsa no está.
Cami se va
con otro y la felicidad se vuelve a escapar por vez incontable dentro de esta
semana.