Delicias (vol. 2)

Estoy en la guardia de un sanatorio. Tengo la garganta destruida y hace días que estoy tosiendo, todo el puto día tosiendo. Hay dos personas para atenderse antes que yo, pero hay tres sentados. El gordo que tengo sentado en frente me mira fijo mientras respira con dificultad. Hace un silbido bastante molesto cuando inhala. En sus manos sostiene un atado de puchos con funda. Sí, una funda. Es de lo que le ponen una funda a su atado de Next, como si eso fuese a darle más clase o menos cáncer. Los otros dos parecen ser amigos. Tal vez son pareja y a uno le quedó algo atascado dentro del ano. No, hablan boludeces y se codean continuamente, son amigos.
La puta madre, como tarda el médico. Dale que no puedo más, hijo de mil putas. Estos dos que están delante mío no parecen estar mal. El gordo respira con dificultad, pero nada más. Los otros dos forros se están cagando de risa. Atendeme, por favor. ¡Atendeme que voy a toser un pulmón en cualquier momento!
Se abre la puerta. Una voz de mujer pronuncia el apellido del gordo, que demora su lindo minuto en ponerse de pie y pasar a la sala. La voz tenía un acento extraño. Para mi sorpresa, el gordo sale rápido, con las manos llenas de algo. Esta vez miro a ver si veo a la médica. Nada, sólo su sombra contra la puerta. Pronuncia otro apellido con ese acento particular y pasa uno de los pibes nabos. Ese sí que entró y salió rápido. Salió muy serio, al punto que cuando su amigo le preguntó qué le pasaba, él sólo siguió caminando con las manos en los bolsillos. Un boludo serio. Hasta yo puedo darle un diagnóstico: ser muy boludo.
Es el momento. Es mi momento. Escucho mi apellido y me paro como si hubiese estado sentado sobre un resorte. Cuando entro la veo y la tos se corta por unos segundos. Rubia, ojos celestes transparentes, metro ochenta, curvas perfectas, guardapolvo entallado. Alemana. Oh.
Me siento sobre la camilla y empiezo a contarle sobre mis síntomas. Estoy sentado como un niño de cinco años que ve por primera vez algo realmente bello y lo comprende. Ella se acerca con la madera en la mano y yo automáticamente abro la boca y hago "aaaaaaaaaaaaaaaaa". Empuja mi lengua para abajo con la madera y acerca su cara para ver bien mi garganta. Sube la cara y mete su lengua en mi boca. No saca la madera. Recorre mi paladar y la parte trasera de mis dientes, sigue por la parte superior de los dientes de abajo y, mientras saca la madera, pasa la punta de su lengua por el medio de la mía. Amago a cerrar la boca pero ella me agarra la cara y la mantiene abierta. Sigue trabajando con su lengua mientras me manosea la entrepierna por sobre el pantalón. Saca su lengua de mi boca y en el mismo movimiento saca mi pija al aire. Empieza despacio, mucha lengua, pericia médica para una chupada. Una chupada gloriosa. Agarra los huevos y empieza a jugar, pero nunca se distrae de la pija. No sé qué botón presiona, pero empiezo a ver estrellas tras mis ojos y tras un temblequeo en mis piernas ella retira la boca, dejando que todo se descargue sobre su cara. Usa lentes. Astuta. Se seca con unas recetas que arranca del block. Me sonríe y se pierde tras una cortina blanca.
Estoy sentado como un niño de trece años que nunca dio un beso pero le acaban de chupar la pija como nunca se la van a chupar en la vida y lo comprende. Vuelve. "Poné las manos" me dice, y cuando lo hago me las llena de pastillas verdes, amarillas, rosas y naranjas. "Tomá una de cada color, bajalas con vino". Ni pregunto qué son, pero si hay algo seguro en este mundo es que le voy a hacer caso.
Me cuesta ordenar en mi cabeza qué es lo que acaba de pasar, pero, por lo menos, ya no tengo tos. Y ahora que lo pienso, el gordo salió respirando bien y el pibe nabo... un momento.
Oh.

Los cambios

Las casas son siempre iguales, no importa si las paredes se pintan de varios colores, se les cuelgan cosas, o se quedan peladas, lisas. Los muebles se mueven y ubican en nuevos lugares, pero siguen siendo los muebles de siempre sin importar la funda, los colchones o los adornos que se les adhieran. De las miles de combinaciones posibles que se pueden presentar entre las cuatro paredes surge la misma esencia, una y otra y otra vez.
En mi caso, he intentado todo para cambiar mi pequeño habitáculo, pero he fallado cada vez que lo he intentado, obteniendo siempre el mismo resultado: el mismo lugar, las mismas cosas. He traído cosas nuevas, pero el efecto novedoso no se extiende en el tiempo y, como si se tratase de un organismo vivo, el espacio lo asimila y lo moldea hasta que termina por no resaltar y pasa a ser compañero de todo lo que allí se encontraba previamente.
Después de mucho tiempo me percaté de que lo único pasible de verdadera mutación era yo. Los cambios materiales siempre iguales respondían a cambios internos siempre distintos. Y lo sorprendente es que, pese a todos los cambios internos y externos, el lugar que habito se ha encontrado deshabitado en una gran parte de su superficie. Considerando que es un lugar pequeño, uno puede pensar cómo es que hay una parte deshabitada de una casa plenamente ocupada. Para resolver esto me dediqué a buscar aquellos lugares que siempre habían sido de tránsito, o aquellos que sólo eran un espacio que mediaba entre dos muebles, o un rincón al lado de la mesa a la cual había pasado tanto tiempo sentado.
Entonces comencé a ocupar esos espacios, espacios a veces pequeños, que obligaban a desplazar algún mueble para que mi cuerpo cupiese, pero siempre buscando alterar lo mínimo posible la disposición de original de las cosas. Así, lentamente, fui descubriendo nuevos espacios y el pequeño lugar se fue volviendo más y más grande. Los rincones olvidados se volvieron lugares de lectura, los marcos de las puertas un buen lugar para comer algo al paso, los callejones entre muebles un buen lugar para dibujar y así.
Las cosas siguen siendo las mismas, ya no las cambio ni de lugar ni de formato, no adhiero nada nuevo, sólo dejo que me guíen cuando yo cambio por dentro y necesito otra perspectiva para poder volver a quererlas como había olvidado hacerlo.

Los fantasmas del pasado

Cuando estoy solo me acuerdo de ella. Esto no sería un problema salvo por el hecho de que me encuentro solo la mayor parte del día y el último tiempo con mucho tiempo libre entre manos. Peor, porque la cabeza no para un segundo y vuelve una y otra vez al pasado. Lo malo del pasado es que tiende a volverse ideal y, cuando la recuerdo, sólo puedo recordar lo bueno. Algún optimista dirá que eso está bien, es algo sano, tal  vez, pero recordar sólo lo bueno tiene una trampa: hace que tu presente tenga un poco menos de sentido, porque, si sólo hubo bondad y cariño, entonces, ¿por qué me siento tan solo y triste?¿Por qué no estoy con ella?
Cuando estoy rodeado de gente tiendo a sentirme más solo, aún más que cuando estoy solo de verdad. Si la gente me cae mal, es peor. Por esto, trabajar se está volviendo un castigo. Estar encerrado todos los días con el resentimiento ajeno es terrible. Suficiente con la depresión propia. Así que cuando no estoy trabajando, estoy durmiendo, y cuando no hago ninguna de las dos cosas, salgo. Salgo fuerte, a beber pesado. Muchas veces lo hago solo y vuelvo a casa de día, aniquilado, arrastrando los pies, peleando contra mis demonios y dejándome ganar.
En medio de este torbellino de auto destrucción me encontré con alguien que no veía hace mucho tiempo y, en este caso, los recuerdos que me atan a esta persona son malos, en su mayoría, con algunos buenos pero siempre al borde de la tragedia cómica.
La falta de contacto con el mundo (o el contacto con sus peores representantes) y el constante encierro mental me volvieron un ser huraño y desinteresado. Tal vez por eso pude quedarme hablando con ella. Sí, una mujer. Siempre que estoy desequilibrado alguien viene a patearme la balanza. Había mucho humo, poca luz, y yo estaba tomando desde hacía mucho tiempo, pero me dedicó una sonrisa y un saludo cariñoso y así pude quedarme.
Repito, lo malo del pasado es la idealización de lo bueno, y debido a que a esta persona me ataba un pasado de malas experiencias, pensé que iba a terminar en algún quilombo agradable en algún punto de la noche.
Lo mejor que puede suceder con el pasado es que uno se haga amigo. Esto fue lo que sucedió después de un par de cervezas y una charla bastante interesante. Acordamos que las malas experiencias que nos vinculaban también podían ser vistas con humor. Me contó que tenía una vida difícil, así que le ofrecí mis reservas de humor y alegría. De repente, el presente se hizo un poco más agradable.
La gente transpira sus problemas y estos se hacen evidentes sin importar la fuerza que la persona haga para ocultarlos. Yo transpiraba pasado, ella estaba sumergida en el presente. Por eso me dijo de irnos juntos y por eso yo respondí que sí. Caminamos por las calles desiertas de la madrugada. Paramos en un kiosco a comprar forros y puchos. Ella pagó todo. Fumamos un pucho, ella con la caja de preservativos en la mano, riéndonos cada vez que la mirábamos. Decidimos no hacer nada.
Nos despedimos en una esquina, con un beso en la mejilla y una sonrisa. No quedamos en volvernos a ver. Sabíamos que los dos eramos parte del pasado, y el pasado debe quedarse en su lugar.


404

Debo escribir más,
tres hojas
mínimo.

Debo leer
clásicos.
Los de siempre.

Debo hacerle caso
a la métrica.

¿Qué mierda es
la métrica?

Debo comprender los
errores,
el error de
deber.

Esto está
mal,
debería estar
bien.

Hacele caso a
tus padres.
Hacele caso a
tu psicólogo.
Hacele caso a
tu signo, tus estrellas.

¿Qué mierda es
la métrica?

La poesía murió,
queda esto.
Leelo en voz alta,
delante de mucha
gente.
Te van a aplaudir.

Un verdadero macho

Tengo la boca reseca. Tengo el corazón en llamas. Una piba se mueve arrastrada por algún varón. Él tira de su brazo y ella ofrece un poco de resistencia, pero muy poca. Él la acomoda como quiere y ella cede. Él ríe, mira a un amigo y ríe. Fuma y ríe. Ella sonríe tímidamente, tal vez con temor.

—No deberías dejarte tratar así— le digo.

—¡Salí, desubicado!— grita ella.

Su muchacho se me viene encima. Fuma y cree ser genial. Yo toso un poco porque ya fumé y no es genial.
Viene con un aire de verdadero macho. Estoy demasiado rendido para llevar adelante una situación así. Lo convenzo con algunas palabras, las de la experiencia.
Adentro hay humo y se dificulta respirar, pero aspiro, aspiro y aspiro. Bailo de frente a un láser que me vuelve loco.
Tengo la boca reseca. Tengo el corazón chamuscado.
Cosas de todos los días.
¿Y en dónde estás vos?

El universo

¿Cómo se puede sobrellevar la vida con tranquilidad y simpleza, si Dios nos dio vida sólo a nosotros en todo el universo? Las ideas poseen la capacidad de transformar su inmaterialidad en algo que puede percibirse físicamente pesado, ya sea la mente que la reciba compleja o simple. Tal vez haya que elegir cualquiera sea el camino que se nos plantea. Parece haber sólo dos: uno de falsedad y otro de desolación. Cualquiera sea el que se elija implica una carga. En ambos se puede mirar a las estrellas y bajar la vista al camino de vez en cuando.
Estar solos en el universo sería mucho más fácil si no hubiésemos encontrado la fórmula para aislarnos de los demás y de nosotros mismos. Inevitable, ya que estar solos en la vastedad cósmica es una idea, y desde ese corte, recortamos más para adentro.
Si usted encuentra que este texto lo perturba, le molesta o le genera algún tipo de incomodidad, entonces usted ha tomado un camino. Si alguna vez se siente cansado de pensar, recuerde que está solo en el universo, solo dentro de un planeta lleno de gente. Y eso no es poco.

La grave gravedad

La gravedad
nos encuentra graves.
Podríamos flotar,
entonces,
con los pies en la tierra,
lloramos.