Trescientas sesenta y cinco vergas

Quiero que un día de estos me regales
trescientas sesenta y cinco vergas.
Una para cada día,
para garcharte con una distinta y
que no se pierda la pasión.

Venosa para algún día frío,
suave para la cuchara de domingo,
gorda para reconciliarnos,
de metal para una noche de borrachera.

No quiero que te fijes en mi cara
ni que te importen mis sentimientos.
Que se note en mi mirada mientras revuelvo
las trescientas sesenta y cinco vergas que 
guardo en el cajón.

Elegí las que quieras,
vale repetir.
Tenés trescientas sesenta y cinco vergas y
un boludo que va detrás.

Quiero que venga un set viajero.
De colores para el baño de un museo,
de diseño por si andamos de compras por Palermo,
plegable y de plástico para que no me la saquen
antes de subir al avión.

Que sea porno,
que no haya amor.
Regalame trescientas sesenta y cinco vergas,
trescientas sesenta y cinco vergas para
garcharte mejor.

Kurt Cobani

Año 2015. Oficina de Tránsito.
Tras el mostrador se encuentra un hombre flaco, casi pelado, pero que intenta disimular la calvicie llevando el  poco pelo largo que le queda de un lado a otro de su cabeza. Luce sucio, cansado y derrotado. La posición en la que se sienta lo delata. Su mirada hacia la nada lo confirma.
Sobre su escritorio se encuentran pilas de papeles revueltos que parecen cumplir el fin de tapar un portaretratos con la foto de una mujer obesa mórbida recostada en una cama, desaliñada, con pocos dientes en una sonrisa para el olvido. La rodean cinco niños rubios, con cara de demonios, y dos niñas con los ojos más tristes que alguien haya podido encontrar en alguien tan joven.
Sobre la ventanilla a través de la cual atiende al público se encuentra pegada una estampita de Jesucristo, con una leyenda al pie que dice "El Señor es mi guía". 
La cola es larga. Impide que avance rápido así no trabaja tanto y, de esa forma, siente que recupera algo del magro sueldo que le pagan. 
Ya hizo esperar suficiente y la cola sólo se hace más larga. Grita "siguiente" con desgano.
Un tipo se acerca con varios papeles en sus manos. Cuando ve el rostro detrás del mostrador, se queda inmóvil, mirándolo con extrañeza.

—Te conozco de algún lado. Sí, tu cara me resulta muy conocida. ¿Vos no sos...?

El empleado abre sus ojos, lleno de emoción, pero antes de que pueda llegar a esbozar una respuesta el tipo continúa, restándole importancia a la pregunta que él mismo había hecho.

—Ah, no, disculpame. Te confundí con alguien que conocí en el Bar Mitzvah de mi sobrino. 

La ilusión en los ojos del empleado se desvanece y vuelven a mostrar la mirada vacía de siempre.
Sella los papeles del tipo y lo despide con un saludo desinteresado.
Vuelve a su posición de derrota mientras piensa que debería haberlo hecho cuando tuvo el valor, que tal vez la historia sería otra.
No puede contenerse y una lágrima se escapa, bajando por su mejilla hasta separarse de su rostro y caer sobre la tarjeta identificatoria que lleva prendida en el lado izquierdo de su pecho, en la cual se lee "COBAIN, Kurt".