Suena el
portero eléctrico. Mierda. No estoy preparado. Tuve tiempo para
transformarme en un sujeto presentable, pero en vez de eso preferí abrir un par
de cervezas, mezclarlas con un poco de whisky barato y sentarme a escuchar música
en la oscuridad.
Estoy
sucio, medio borracho y muy mal vestido para la ocasión. Ella quiere que la
sorprenda y yo así. "Bueno, una mala sorpresa también califica como
sorpresa" me digo a mí mismo. Me río de mi idea. Junto con la risa eructo
y balbuceo algo que hasta a mí mismo me parece inentendible.
Puta madre. Cargo ansiedad al darme cuenta que mi estado es peor de lo que pensaba.
Digo una frase al aire como para practicar. Bastante bien. Tranqui. No resbalaron las
consonantes y las vocales fueron entendibles, en su mayoría.
Atiendo y
le abro con el portero eléctrico.
Llegó sobre
la hora para poder abrir desde arriba, menos mal. Menos mal. Exhalo fuerte, apoyando
la frente contra la pared.
Qué
situación de mierda. Para qué le dije que venga. Prefiero la paja. Prefiero
estar solo. No tengo ganas de hablar. No tengo ganas de ver a nadie. Todo lo
que haga va a ser un esfuerzo y no quiero esforzarme. No no no no no no no.
Ni
siquiera recuerdo su cara. Noche complicada, mucha gente, bastante humo, ojos
entrecerrados, aparece, no sé qué le digo y ni sé que me dice, beso malo, la
pantalla del celular brilla demasiado. Anoto algo. Listo.
Adelante en
el tiempo. Ayer. Ayer a la noche. Holacómoteva. Blah blah. Viene hoy. Ya vino. Está subiendo.
Mala idea.
Estos partidos no se juegan de local. Estando en su casa me puedo escapar,
aunque sea con la peor y más evidente de las mentiras y así y todo tengo buenas
chances de caer parado, o con mínimo daño. Pero estando en terreno propio, si
la cosa no funciona, hay que echar. Y echar no es un juego, echar es un arte.
Cuando se echa no puede parecer que se está echando, porque donde se nota,
estás jodido. Bien jodido.
No importa,
a lo importante. Cuento con menos de un minuto antes de que llegue a mi puerta.
Rápido. Cambio de ropa, toda. Desodorante. No me bañé, cierto. Más desodorante.
Y perfume. Listo. Dientes, no hay tiempo. Pastilla de menta fuerte. Junto los
envases vacíos. Pongo música. Jazz, obvio, quiero ponerla. Ya tendré tiempo de
pasarme por los huevos lo que a ella le guste.
Golpean la
puerta.
Estoy
listo.
Eructo con sabor a whisky. Agito mi mano delante de mi cara para
despejar el olor. Pastilla de menta fuerte. Mastico. Rompo. Paseo por la boca. Junto con la lengua. Trago.
Abro la
puerta.
Ella está
parada en la oscuridad del pasillo. No la veo bien, pero por las dudas dedico
mi mejor sonrisa. La tierna no, la otra.
Los puntos
negros sobre su frente bajan hasta que el embudo entre sus cejas los canaliza hacia su nariz, hacia la punta de su nariz donde se hacen más visibles. Es
hipnótico.
Tiene los
ojos pequeños, muy redondos y muy juntos, sólo los divide su nariz a puntos.
Dios santo y varias vírgenes, los puntos.
Los ojos
son del verde menos interesante. Los puntos son negros.
Genes
recesivos de varias copulaciones atrás pugnan por manifestarse en un
espectáculo de grotesca superposición.
Si entrecierro
los ojos puedo ver cómo caminan hacia arriba y vuelven. Son la vida en lunes.
Miles de puntos y esos ojos tan cerca.
Me recuesto
sobre mi lado del sillón para adquirir perspectiva. Muchos rasgos concentrados
en una zona muy pequeña de su gran cara redonda. Nariz, ojos y boca agolpados
en el centro de su cara. En el centro y un poco hacia la derecha. Y hacia
abajo. A la derecha y hacia abajo. A la izquierda y hacia abajo desde su lado,
claro.
El pelo cae
pegado a los lados de su cara. Corto, a la altura de la mandíbula, o donde la
curva de su cara tiende hacia abajo. A los lados el pelo describe un arco,
desnudando parcialmente pequeñas orejas y en su remate apuntando hacia adelante. El
flequillo está desparejo.
Está hablando. Desde hace rato. Va por el medio de una historia. Muevo la cabeza hacia arriba y
hacia abajo. Asiento. Asiento a todo lo que dice. Hay que asentir. Ajá claro
mirá vos. Sí por supuesto de toque.
Jáh que bueno tenés razón. Nonidea pero
debe ser comovosdecís.
No para de hablar. La voz se le va en los agudos. Parece que su voz no superó la pubertad. Hace que cada palabra sea como haberla escuchado una vida. Y media. Mmmfffffffff. Te aburro. Nonono.
Detrás de
ella las cosas se mueven cubiertas de puntos de colores. Forman una danza con
los puntos de su cara y siento mi cerebro lanzando señales intermitentes de
auxilio.
Mi visión
se llena de asteriscos. Empiezo a sentir mis dedos como largas ramas secas. El
lado izquierdo de mi cuerpo cede bajo su propio peso pero logro controlarlo
justo a tiempo.
Los
asteriscos invaden todos los sentidos.
Percibo una
frecuencia extraña que lleva a un segundo plano los sonidos de la habitación.
El lado
izquierdo cede definitivamente. Redirijo el derrumbe hacia adelante y me
abalanzo sobre ella. Pego mi boca a su boca. Responde con ganas.
Llegué.
Asteriscos.
Giro sobre
mi hombro derecho para darle la espalda a la luz que entra por la ventana de la habitación.
Intento
abrir los ojos. Todo da vueltas.
Una náusea
repentina me obliga a levantarme.
Estoy
vestido.
Camino
arrastrando los pies hasta la cocina sin poder abrir del todo los ojos.
Tomo agua
que luego vomito.
Un hilo de
saliva conecta mi cara con el mármol de la mesada.
En la mesa
hay dos vasos y la puerta no tiene llave.