Venganza

JERRY: What is the point of all this?
GEORGE: Revenge.
JERRY: Oh, the best revenge is living well.
GEORGE: There's no chance of that.

SEINFELD, S02 E12 "The Revenge"




La veo abrirse paso entre la gente hasta que queda parada delante mío, un tanto lejos, pero no lo suficiente.
Es un extraño ser, conformado por lo peor de todas mis relaciones pasadas. Huelo problemas, pero no me importa. Cómo me gusta, es una buena bestia, tiene lo mejor de todas.
Se queda parada en el medio de la fiesta, mirándome fijo. Puedo ver odio en sus ojos y un tanto de resentimiento en las expresiones que hace con  la boca. Está tensa, muy tensa. Yo estoy sentado en un sillón bastante cómodo, lejos de la gente que me cae mal y bien cerca de mi tercer cerveza. Sillón de un solo cuerpo, con ambos brazos extendidos sobre los apoya brazos, birra del lado izquierdo, pucho del lado derecho. Estoy listo.
Para mi sorpresa y la de un par de personas más que la vieron acercarse hacia mí, levanta el brazo derecho y me apunta con su dedo índice. Se queda un rato largo en esa posición, tensa, muy tensa, con el odio todavía en los ojos y el resentimiento en la boca. Parece estar tomando carrera para decir algo. Comienza a llamar la atención de los demás, que lentamente empiezan a formar un círculo alrededor de ella, intercalando sus miradas en mí, en ella y entre ellos, preguntándose qué carajo pasa.

—¡Helo aquí el gran escritor! suelta de repente. Ya tiene la atención de todo el mundo—. ¡El gran escritor de acotado vocabulario, observándonos a todos para luego describirnos en sus textos de alcantarilla!— grita. Sí, ya tiene la atención de todo el jodido mundo, incluida la mía.

No puedo hacer otra cosa que estirarme en busca del envase de cerveza que tengo reservado y completar lo que queda vacío del vaso. Esto va a estar realmente bueno.

—¿Qué nos tiene preparado el gran escritor de alcantarilla?

—Tos.

—Ay, ¡pero miren si será ocurrente! ¡Muy divertido! ¡Tan original!

Sonrío y toso. Soy endemoniadamente original.

—Seguro algún texto mediocre, que diga muchas veces la palabra "mierda", y "pija", y la mención de algunos culos de mujeres presentes.

—Es verdad, hay unos culos muy buenos en este lugar.

Tomo un trago de cerveza. Doy una buena pitada a mi cigarrillo. Algunas mujeres me miran mal, un par se sonrojan y otra se ríe. Le sonrío a la que ríe.

—Aquí sentado, haciendo su papel de anti social. ¡Mírenlo! ¡Quiere ser el gran escritor maldito!

—Para ser maldito hay que tener maldiciones— respondo. Tomo un trago largo sin dejar de mirarla fijamente a los ojos—. Pero, hasta ahora, no tengo ninguna. Sólo un par de incomodidades y una gran inhabilidad para cortarme las uñas de los pies.

—Ya sé que vas a escribir algo en lo que yo sea el personaje que da pie a tus picantes respuestas e ingeniosos monólogos, cargados de tus geniales puntos de vista.

Apuro lo que queda de cerveza, fumo lo que queda del cigarrillo y arrojo el pucho aún encendido a un lado. Me paro y empiezo un baile, solo. Le muestro mis mejores movimientos. Luego combino con un uppercut al aire, seguido de un gancho para impresionar al público masculino. Soy bueno. En seguida la abrazo por la cintura y le como la boca de un beso. Lejos de asustarse, responde con ganas. La gente aplaude. La inclino hacia un lado y la beso nuevamente. Ovación de pie.
Vamos en taxi hasta mi casa, sin parar de echarnos mano. Veo cómo el taxista relojea por el espejo retrovisor.
Llegamos y la llevo hasta la habitación. Le saco toda la ropa antes que pueda decir algo, la doy vuelta sobre la cama y embisto, con ganas, con muchas ganas. Ella grita, grita todo el rato.
Se duerme con una sonrisa en la cara. Me levanto y aprovecho mi retiro para tirarme un pedo y escribir esto.
Como diije antes, soy endemoniadamente original.

El hombre de enfrente que fuma

El hombre de enfrente que fuma sale todas las noches a las 11 a fumar y a mirar las plantas en su balcón. Es un balcón largo. Lo recorre de lado a lado, se agacha, mira alguna planta, da una calada a su cigarrillo, envuelve su cara en una voluta de humo y pasa a otra planta.
Cuando el pucho parece apagarse, agarra la regadera, la llena y pasa por cada una de las macetas vertiendo algo de agua en algunas, evitando hacerlo en otras y dejando pequeñas nubes de humo que se desbaratan rápidamente en el aire.
Deja abierta la puerta siempre en el mismo ángulo, donde se refleja la pantalla del televisor. Si no está mirando fútbol, nunca puedo llegar a entender qué es lo que ve. Es que el verde césped se hace evidente en las fechas importantes.
Si la persiana de la puerta del balcón está levantada, me deja verlo en su sillón, sentado, con el reflejo de la televisión iluminando el frente de su cara y cuerpo. Sillón de un cuerpo, para que sólo se siente el hombre de enfrente que fuma, aunque cuando está adentro no fuma, creo. Seguro su mujer no se lo permite. A veces la veo pensando en el balcón.
No recuerdo ver a nadie más de su familia o amigos, o siquiera conocidos. Siempre él. A veces ella, contadas veces. Pero siempre a las 11, él, el hombre de enfrente que fuma revisa la plantas.
Puede ser su soledad o la mía, pero es rutina sentarme en la ventana a ver al hombre de enfrente que fuma, a las 11, todos los días, y sentir que nos acompañamos mutuamente, cada uno en su mundo. Hay días en los que me distraigo o tal vez llego más tarde a mi casa. Pero si es el horario, me asomo y busco al hombre de enfrente que fuma. Cuando me asomo a la ventana, de un momento a otro, sale. Y por qué no, yo también me doy el gusto y me prendo un pucho, así no lo dejo fumando solo.

Ruido

El ruido de los autos en marcha sube constante desde la avenida. También hacen ruido los colectivos cuando frenan y cuando arrancan. Y cuando andan. Y cuando todos ellos tocan sus hermosas bocinas. Inclusive hacen ruido estando parados, sin moverse, como el estertor de un gato moribundo.
Allá a lo lejos suena una moto con escape libre. El ruido crece, llega a su punto álgido al pasar debajo de mi ventana, para luego desvanecerse entre el ruido de la ciudad.
Una ambulancia pasa haciendo ruido y el tráfico de hora pico de la mañana hace que se aloje el tiempo necesario justo debajo de mi casa. Hace todo el ruido que quiere. Creo que hace todo el ruido que puede. Puede despertarme y lo hace.
Miro el reloj con un ojo entreabierto para ver si ya sonó y lo apagué dormido. Está activado. No veo las agujas, por lo que asumo que puedo seguir durmiendo un tramo más. Cierro el ojo y me acomodo en la cama. Llega el comfort. Inmediatamente suena el despertador. Compré uno que hace mucho ruido para combatir el hermoso silencio de mis sueños.
Antes de llegar al baño pasan los bomberos. Esos si que hacen ruido. Hacen que las ambulancias parezcan de juguete. Demoran demasiado en irse, maldito tráfico. Las sirenas se comen el ruido de los motores y hasta mis propios pensamientos.
Entro en la ducha y el ruido del agua contra el piso de la bañadera me tranquiliza. En el piso de arriba también se están bañando, pero el repiqueteo del agua sobre mi cabeza no es agradable como el que se genera en mis pies.
El perro de arriba se mueve y hace ruido a cada paso que da con sus garras sobre el piso de parquet. Mi vecina de al lado abre y cierra las puertas de su alacena. Las suelta, golpean y hacen ruido. La oficina de al lado recibe gente y lo que antes era silencio ahora es el ruido de una reunión.
Prendo el televisor, que emite un silbido en una frecuencia apenas perceptible, antes de ser cubierto por el ruido de la música y la charlatanería. Curioso como muchos parecen hablar, pero sólo hacen ruido.
El ruido de una tostada destrozándose en mi boca es seguido por el ruido de un sorbo de té. Está caliente y dejo entrar algo de aire junto con el líquido, lo que hace más ruido a cada trago.
Llamo al ascensor y se escucha el ruido del ascensor respondiendo al llamado, tal vez desde arriba o tal vez desde abajo. Un ruido imposible de localizar. Al cerrarse las puertas del ascensor, hacen ruido. Durante el viaje hasta la planta baja escucho el ruido de gente entrando, saliendo y charlando.
El ruido de la calle se hace vivo y es aún más ruidoso que antes. La gente por la calle va haciendo ruido hasta con sus pensamientos. El ruido los invade y tratan de purgarlo de sus cuerpos. ¿Estaré yo también haciendo ruido? Seguro. Abro la mochila y tras el ruido del cierre emergen de la misma mis auriculares. Ahora escucho el ruido que a mí me gusta.
De todas formas, el ruido de la ciudad se cuela por entre mi ruido personal y llega hasta mi cerebro. Mi cabeza hace ruido, mucho ruido. Comienza a vibrar. Me saco los auriculares y froto despacio mis sienes. No puedo impedir el crescendo de la vibración. Vibra, vibra, vibra y vibra hasta explotar. Una chica que pasa caminando por al lado mío queda bañada en sangre y restos de masa encéfalica. Grita asustada, hace mucho ruido.
En seguida, el ruido de una ambulancia y de un patrullero. No hace falta el ruido de bomberos. Otra moto pasa haciendo ruido.
Luego de unos minutos todo se calma y el ruido de la ciudad vuelve a su nivel habitual, armonizando todo. El ruidoso estertor de un gato moribundo. La silenciosa vibración de una persona muerta.

No fallar

Despertar es un acto automático. Levantarse requiere heroísmo. Sentado en el borde de la cama, con los ojos entrecerrados, pienso "¿y ahora, qué?". No tengo la fuerza ni la voluntad para enfrentar otro día, pero debo hacerlo, siempre debo hacerlo. 
El mundo no me quiere y yo le respondo con mi total y absoluta carencia de empatía. Sin huevos para el suicidio y en falta con la hipocresía, lo que me queda es no fallar día a día. La gente intenta lograr cosas. Yo intento no cagarla, arruinar lo poco que me sostiene. Generalmente, no me sale.
Voy a ciegas tanteando las paredes hasta llegar al baño. Prendo la luz, y en el momento en que decido abrir los ojos, me enceguezco. Poco a poco mis ojos se acostumbran. Me meto rápido bajo el agua de la ducha para volver a la vida.
Vuelvo a mi habitación secándome. Recién veo el reloj. Tendría que haber salido para el trabajo hace 35 minutos. Tarde por tarde, ya estoy fallando, nada importa.
Revuelvo la ropa a medio usar tirada en el piso. Me visto. Desayuno una manzana arenosa para poder tomar mis happy pills y que no me revienten el hígado. Un pucho, entre noticias de gente muerta, gente desaparecida, gente golpeada y no tanto, putas reventadas y dedos señalando y acusando hacia todos lados.
La calle hierve de pelotudos que se chocan entre sí, viejas en zig zag y otros sin rumbo que sólo estorban. Siento que camino pero no lo estoy haciendo bien. Arrastro un poco los pies. Debo entrar en modo vivo, urgentemente.
Tarde al trabajo y contemplo por delante una tanda de horas dónde no debo fallar, pero sé que lo voy a hacer. Y varias veces. No importa la energía ni la buena onda que le ponga. El modo stand-by es obligatorio. Como en una suerte de experimento, parece que no estoy haciendo lo que tengo que hacer y fallo, pero también fallo cuando no hago lo que nunca me dijeron que haga.
Me sirvo una gran taza de café para levantar un poco. Dejo pasar un tiempo prudencial para asegurarme que las happy pills ya están en mí. Puedo sentir el efecto, así que vomitar es lo siguiente. El stand-by rinde hasta la hora de salida. 
Camino un poco, buscando algún bar para meterme, pero recuerdo que no puedo beber. Beber va contra las happy pills. Malditas sean. Ni siquiera son tan efectivas como un par de cervezas.
Hoy es el día, al carajo con todo. Cuando llego a mi casa, agarro un cutter y me siento en la bañadera. Llevo también conmigo una botella de vino para suavizar el viaje. Corto profundo en las muñecas, hacia arriba. Evito los tendones así puedo sostener la copa.
La sangre empieza a brotar.
Me dejo ir.


—Wow wow wow, no chabón, te fuiste a la mierda.

—¿Por? ¿Qué pasó?

—Muy fuerte, che. Esto al lector promedio no le gusta.

—El lector promedio sabe que la gente se muere. Eso o el lector promedio es medio pelotudo.

—La escena del suicidio es muy fuerte.

—El lector promedio sabe que la gente se suicida.

—Sí, pero no tan directo. O podés buscarle una vuelta un tanto más alegre.

—Es alegre. No se corta los tendones y puede sostener la copa de vino.

—...

—Bueno, está bien.


Hoy es el día, al carajo con todo. Cuando llego a mi casa, abro de par en par el ventanal que da a la calle para que entre un poco de aire fresco. Agarro una botella de vino que tenía reservada, descorcho y me siento tranquilo a leer. El libro habla de no fallar, pero el personaje falla una y otra vez. Oh, casualidad.
Suena el teléfono y cuando me paro a responder, tropiezo con el cable del ventilador. Con los reflejos disminuidos por el vino, no puedo agarrarme de nada y caigo por la ventana. Antes de terminar de descender los once pisos que me separan de mi espantosa muerte, pienso "fallé".



—Sí, un poco mejor, pero siempre con la muerte.

—Se trata de no fallar.

—Sí, pero no habla mucho de eso. Es más, en vez de "No fallar" se podría llamar "Happy Pills".

—No tienen tanto que ver. Las happy pills son para resistir tanta cagada seguida, fallar y fallar. Suicidarse es fallar peor. Y morir en un accidente pelotudo, hasta te diría que es cómico.

—Un poco de alegría, eso te pido. Hacé eso y la gente te va a leer un poco más. Recordá que lo negativo no atrae.

—¿Querés alegría? Ahí van las buenas vibras.


Hoy es el día, al carajo con todo. Cuando llego a mi casa, abro la agenda y llamo a toda la gente que le hice daño para pedirle disculpas. Luego, vacío mi alacena y mi heladera y preparo kilos de comida que luego reparto en la calle a la gente que no tiene hogar.
Cuando termino, subo a mi unicornio blanco que despide rayos de arco iris por el ano y me voy volando.



—Un detalle...

—Lo del arco iris por el ano.

—Exacto.

—Dale.


Hoy es el día, al carajo con todo. Cuando llego a mi casa, abro la agenda y llamo a toda la gente que le hice daño para pedirle disculpas. Luego, vacío mi alacena y mi heladera y preparo kilos de comida que luego reparto en la calle a la gente que no tiene hogar.
Por primera vez vez en mi vida, no fallé. Ya comprendí.
¡Oh, que bella es la vida!



—Bieeeeeeen, ahí va.

—¿Te gustó?

—Me encantó. Lo va a leer todo el mundo.

—Que bueno.

—Bueno, me voy yendo. Hablamos después.

—Dale, cuidate.


Bajo y voy al chino de la cuadra. Compro un par de boludeces y escondo en mi campera lo realmente caro. La vez pasada me cobraron cualquier cosa, ahora karma, perras.
Antes de subir le rayo con una llave el auto al hijo de puta de mi vecino que la semana pasada me cerró la puerta del ascensor en la cara.
Cuando estoy arriba, me asomo y escupo por el balcón. Le emboco un buen moco a un pelado que pasa caminando.
Me siento bien.

Bienvenidos a la vida, alegres.

Fito

Rodolfo toma un trago de su lata de gaseosa sabor lima limón. La resaca es cruel.
Un compañero de trabajo se acerca.
—Che, fito...
—No me digas "fito".
—Te llamás Rodolfo, ¿cómo querés que te digan?
—Ya es bastante jodido tener treinta años y llamarme Rodolfo. Mis padres me destinaron al fracaso de entrada.
—No es tan serio. Miralo a Fito Páez.
—Fito Páez construyó su carrera sobre la base de no llamarse Rodolfo.
—Le puso ese nombre a un disco.
—Justo cuando no quedaba nada. Mal ejemplo. Aparte, "fito" aliviana todo. Hitler se llamaba Adolfo. Imaginate si lo hubiesen apodadado Fito Hitler. El Holocausto en manos de un Fito. Hilarante o doblemente trágico.
—Una boludez.
—Como Fido Dido.
—Fito Hitler: "La solución final a la sed".
(Risas incómodas)




Visiones del Paraíso

Lloran a la sombra porque el sol sólo da verdad.
Se comen las uñas ñaca ñaca ñaca y las escupen hacia un lado ptup ptup ptup. 
Nadie los ve.
Escupen ptup ptup ptup y más ptup ptup ptup.
Nadie los ve porque todos los quieren. Nadie los ve.
Quieren que los vean y con el viejo ptup ptup no lo logran. Es por eso que agarran la cuchilla más grande, la alzan hacia el cielo y derraman sus lágrimas de pobres víctimas de la nada misma que nada pasa.
La cuchilla quieta en el aire.
Ou ou ou nuestras pobres vidas de oro sin platino.
La cuchilla baja sobre su mano y alguno dedos se desprenden. Ay ay ay no se salen todos y entonces un poco más fuerte. Serruchan y ñaca ñaca hasta que la sangre inunda la habitación. Llega hasta los tobillos y en segundos hasta la rodillas. Los dedos cercenados flotan. La sangre es rosa y líquida como el agua. Algo no anda bien. Ou ou ou mis diamantes diamanticos.
Todos los ven. Todos los quieren.
Corren y se sientan al sol, riendo. Los cinco dedos en cada mano.
El ojo derecho parpadea. La mano derecha tiembla. Visiones del Paraíso en llamas.
Llora por mí que yo debo reír. Junta la pena entre los escombros para luego repartirla y que los abrazos se multipliquen.
Nadie los ve.

Clonazepam

Desde un pucho mal apagado sube una fina línea de humo que hace un par de remolinos y se pierde hacia el techo. El techo está demasiado cerca de la cabeza.

—Tu problema es que sos un cínico sin posibilidad de recuperación— dice ella.

—El problema es que hay una posibilidad de recuperación y eso me trastorna bastante— responde él. Tal vez no sepas el significado de "cínico" y hayas esperado todo este tiempo para decírselo a alguien en pos de herirlo. Ni mella. Será problema tuyo que yo no le sonría a los bebés.

—No te querés a vos mismo y eso hace que odies a los demás.

—La autoestima está demasiado sobre valorada, como los bebés y sonreírle a los bebés. También los cachorros, los días de sol en una plaza y decir que sí.

—No se puede hablar con vos.

—Creo ser uno de los pocos con los que se puede hablar de algo. Si hablar es sonreír y asentir, entonces nunca he dicho una palabra en mi vida.

Ella se para. Está descalza, con una remera larga que le llega hasta la mitad del culo, sin nada debajo de la remera. Los pezones se marcan al frente. Prende un pucho y le da un par de pitadas largas. Hace que fumar sea un acto delicioso.

—No nos pongamos tensos, corazón. Después de todo, sólo somos vos y yo y la lluvia ahí afuera— dice él, en un tono suave.

—¿No podés querer? ¿Tanto te cuesta?— ella grita, el humo sale desordenado de su boca.

—Quiero todo lo que quiero pero no quiero ni un centímetro más allá de aquello. No puedo empatizar con alguien ni asimilar algo que no es mío y que no debería serlo, sobre todo si es algo que corre por las venas y estalla en el cerebro.

—Nadie quiere a alguien con tanta carga negativa.

—Nadie quiere a nadie. Todo es egoísmo. Me decís que hay que querer, pero el querer está condicionado por recibir mucho dando poco y porque siempre salga todo bien. Cuando las cosas se ponen difíciles corren a sus cuevas, que la realidad no los toque, que no vean derramar una lágrima. Lo mío es tuyo y lo tuyo es tuyo.

—Una lástima que pienses así. Te perdés algo grandioso, te perdés poder amar.

—El concepto "amor" es como el concepto "buena salud". La buena salud sólo consiste en que no mueras más rápido de lo que deberías. Nunca te va a pasar que el médico te diga "tiene usted unos pulmones de acero, puede fumar cinco atados por día y va a vivir hasta los 120 años sin problemas", te conformás sólo con un "no es cáncer". Con el amor pasa lo mismo. Cuando la mierda de espesa todo se viene abajo y comienzan los discursos constituidos por frases hechas.

—No puedo escucharte un segundo más— dice ella, mientras se para y comienza a vestirse—. No creo que nos volvamos a ver.

—Una lástima. Me encanta verte fumar.


Trébol de cuatro con tres hojas

El vino está picado.
Ella sueña con casarse de blanco y armar una familia disfuncional.
El perro caga en la cocina pero todos lo acariciamos.
Las venas sobre la mano.
Los padres que quieren que se repita su vida de pesadilla pasiva.
Ella pide que el tiempo le haga favores.
Los colectivos no paran.
La acabada siempre termina en un ojo.
La sangre en las sábanas.
El pucho siempre cumple pero nunca promete.
La ciudad se oscurece bajo el sol.
El canto de las sirenas hace que cierres la ventana.
El dolor de tener.
Ella pasea sus tetas por la ciudad.
La misa de los pobres para los ricos sin remordimientos.
La cerveza al mediodía.
Las venas sobre la mano.
El vino está picado.
El centro a un lado.
Las mentiras con alegría.
Las mentiras de la alegría.
Ella prefiere la fiebre.
El vino está picado.
El vino está picado.
Las venas se secan sobre la mano.
La suerte es para los imbéciles.
La pija de adorno.
El terror en el cuerpo.
El sueño se escapa.
Las vertebras se comprimen.
Los vecinos sólo están en el timbre.
La noche se nubla.
Las nubes de noche no sirven.
Las putas de la tragedia.
Las boludas de la vida.
El ventanal roto.
Las caricias de consuelo.
Ella no está.
Ella.
El vino está picado.
El vino está picado.
El vino está picado.
El vino está picado.
El vino está picado y ella no está.



Nada bueno nos puede pasar

Las paredes tiemblan y el banco sobre el cual me siento, también. Mi culo tiembla y transmite el temblor al resto de mi cuerpo y a mi mano derecha, que sostiene unos centímetros por sobre la mesa una pinta de helada, deliciosa y dorada cerveza. Las esquinas de la servilleta pegada a la base del vaso aletean por el temblor. La débil superficie de espuma se agita y se espesa un poco más.
El tren pasó hace un rato, pero el vaso todavía se agita. Mi mano derecha tiembla en mi cuerpo quieto. Mi mente se derrumba. Tal vez mi mano derecha sea el único escape de una mente que puja por apagarse y llevarse con ella el cuerpo que la contiene.
Saber que es el fin, pero que para el fin en sí mismo falta mucho tiempo, hace que la mente se agite en una ansiedad perpetua y desenfrenada a la cual no se puede oponer control alguno.
Miro por la ventana y veo los autos detenidos. Gente corre entre ellos en varias direcciones. Pronto el temblor del mundo se renueva. Las copas que cuelgan sobre la barra del bar repiquetean al golpearse suavemente unas con otras. El rumor se apaga y sólo queda mi mano derecha sosteniendo el vaso, ahora casi vacío.
Hago señas a la mina que atiende. Un tipejo pelado, encorvado sobre la barra, aprovecha que ella se acerca a mí para mirarle el culo. Es una buena mujer, debo aceptarlo. Con algunos años encima y un maquillaje caricaturesco para cubrirlos, puedo verla a la madrugada, recién levantada, con una sonrisa que derrota los años.
Con ella a punto de llegar a mi mesa, inclino el vaso y bebo el resto del contenido. Cuando llega no habla, pero levanta las cejas. Comprendo. Pido otra, levantando el vaso tembloroso con mi derecha temblorosa. Antes de regalarme su espalda y su culo maravilloso, me dedica una sonrisa, la sonrisa de mi imaginación.
Las cuentas siempre son regresivas. Nada se puede hacer hasta perder el control, el control que nunca se tuvo y siempre se soñó o se creyó poseer. Pero es cruel tener que esperar de pie y resistir los golpes de la misma manera, sabiendo y obligados a saborear que nada bueno nos puede pasar ni nadie nos puede salvar.
Llega la nueva cerveza, rápido se va y en un gesto de renovado agotamiento pido otra más. Miro fijo la mesa y cuando veo el vaso lleno y transpirado que se apoya delante mío, levanto la cabeza para ver una sonrisa que se mantiene fija y me apunta al centro del alma y empieza a vibrar junto con las paredes, mi culo, mi mano derecha y mi cerveza. Mis ideas, quietas. Ella sabe. Todos creen saberlo. Sólo puedo sentarme, transpirar y desear que las cosas tengan sentido.
Adentro, desespero. Afuera la gente corre y los autos se detienen. 
La vida sigue. La vida siempre sigue.
Mi mano derecha tiembla.
Sonrío.
Deseo que nadie pierda el tren.

Del sombrero

Voy de sombrero caído, para que no desconfíen. Voy con algo más, pero no recuerdo qué es, sólo que lo olvide. Esperaba otra cosa. No importa.
Hay que esperar. Siempre hay que esperar. Mucho movimiento y muchos expectantes de hombro contra columna que no pueden bajar la guardia. No hasta dentro de seis meses. Por lo menos. Como mínimo. O más.
Me olvido las cosas. Me cambio de lugar. Intento. Intento no llamar la atención. No. Pero me faltan cosas y salto en el tiempo y retrocedo otra vez.
Voy de sombrero aunque haga calor. Puta madre, me falta una letra. Saludo a la poesía que me mira y no puedo parar y sigue, en dos tiempos. Dos juegos.
El olor a orina inunda la ciudad, desnuda. Y con la muerte que no mata, pero acecha a lo lejos, sin sentido, porque no hay que hacerlo, sino serlo, y no hay más.
Custodio mis botellas. Todos corren alegres. Alrededor. Hay pánico pero soy yo. No, no se puede mostrar. Todos impacientes excepto él. Ella. Y yo.
Voy de sombrero torcido y no queda más que esperar. Temo al detenerse. Las propinas son el vuelto. No se puede ser bueno todo el tiempo. Hay ilusión. De su mano va la decepción.
Voy de sombrero caído en mis infiernos con mil demonios. Pelirrojos. En cada hombro.

Asteriscos

Suena el portero eléctrico. Mierda. No estoy preparado. Tuve tiempo para transformarme en un sujeto presentable, pero en vez de eso preferí abrir un par de cervezas, mezclarlas con un poco de whisky barato y sentarme a escuchar música en la oscuridad.
Estoy sucio, medio borracho y muy mal vestido para la ocasión. Ella quiere que la sorprenda y yo así. "Bueno, una mala sorpresa también califica como sorpresa" me digo a mí mismo. Me río de mi idea. Junto con la risa eructo y balbuceo algo que hasta a mí mismo me parece inentendible.
Puta madre. Cargo ansiedad al darme cuenta que mi estado es peor de lo que pensaba. Digo una frase al aire como para practicar. Bastante bien. Tranqui. No resbalaron las consonantes y las vocales fueron entendibles, en su mayoría.
Atiendo y le abro con el portero eléctrico.
Llegó sobre la hora para poder abrir desde arriba, menos mal. Menos mal. Exhalo fuerte, apoyando la frente contra la pared.
Qué situación de mierda. Para qué le dije que venga. Prefiero la paja. Prefiero estar solo. No tengo ganas de hablar. No tengo ganas de ver a nadie. Todo lo que haga va a ser un esfuerzo y no quiero esforzarme. No no no no no no no.
Ni siquiera recuerdo su cara. Noche complicada, mucha gente, bastante humo, ojos entrecerrados, aparece, no sé qué le digo y ni sé que me dice, beso malo, la pantalla del celular brilla demasiado. Anoto algo. Listo.
Adelante en el tiempo. Ayer. Ayer a la noche. Holacómoteva. Blah blah. Viene hoy. Ya vino. Está subiendo.
Mala idea. Estos partidos no se juegan de local. Estando en su casa me puedo escapar, aunque sea con la peor y más evidente de las mentiras y así y todo tengo buenas chances de caer parado, o con mínimo daño. Pero estando en terreno propio, si la cosa no funciona, hay que echar. Y echar no es un juego, echar es un arte. Cuando se echa no puede parecer que se está echando, porque donde se nota, estás jodido. Bien jodido.
No importa, a lo importante. Cuento con menos de un minuto antes de que llegue a mi puerta. Rápido. Cambio de ropa, toda. Desodorante. No me bañé, cierto. Más desodorante. Y perfume. Listo. Dientes, no hay tiempo. Pastilla de menta fuerte. Junto los envases vacíos. Pongo música. Jazz, obvio, quiero ponerla. Ya tendré tiempo de pasarme por los huevos lo que a ella le guste.
Golpean la puerta.
Estoy listo.
Eructo con sabor a whisky. Agito mi mano delante de mi cara para despejar el olor. Pastilla de menta fuerte. Mastico. Rompo. Paseo por la boca. Junto con la lengua. Trago.
Abro la puerta.
Ella está parada en la oscuridad del pasillo. No la veo bien, pero por las dudas dedico mi mejor sonrisa. La tierna no, la otra.



Los puntos negros sobre su frente bajan hasta que el embudo entre sus cejas los canaliza hacia su nariz, hacia la punta de su nariz donde se hacen más visibles. Es hipnótico.
Tiene los ojos pequeños, muy redondos y muy juntos, sólo los divide su nariz a puntos. Dios santo y varias vírgenes, los puntos.
Los ojos son del verde menos interesante. Los puntos son negros.
Genes recesivos de varias copulaciones atrás pugnan por manifestarse en un espectáculo de grotesca superposición.
Si entrecierro los ojos puedo ver cómo caminan hacia arriba y vuelven. Son la vida en lunes. Miles de puntos y esos ojos tan cerca.
Me recuesto sobre mi lado del sillón para adquirir perspectiva. Muchos rasgos concentrados en una zona muy pequeña de su gran cara redonda. Nariz, ojos y boca agolpados en el centro de su cara. En el centro y un poco hacia la derecha. Y hacia abajo. A la derecha y hacia abajo. A la izquierda y hacia abajo desde su lado, claro.
El pelo cae pegado a los lados de su cara. Corto, a la altura de la mandíbula, o donde la curva de su cara tiende hacia abajo. A los lados el pelo describe un arco, desnudando parcialmente pequeñas orejas y en su remate apuntando hacia adelante. El flequillo  está desparejo.
Está hablando. Desde hace rato. Va por el medio de una historia. Muevo la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Asiento. Asiento a todo lo que dice. Hay que asentir. Ajá claro mirá vos. Sí por supuesto de toque. Jáh que bueno tenés razón. Nonidea pero debe ser comovosdecís.
No para de hablar. La voz se le va en los agudos. Parece que su voz no superó la pubertad. Hace que cada palabra sea como haberla escuchado una vida. Y media. Mmmfffffffff. Te aburro. Nonono.
Detrás de ella las cosas se mueven cubiertas de puntos de colores. Forman una danza con los puntos de su cara y siento mi cerebro lanzando señales intermitentes de auxilio.
Mi visión se llena de asteriscos. Empiezo a sentir mis dedos como largas ramas secas. El lado izquierdo de mi cuerpo cede bajo su propio peso pero logro controlarlo justo a tiempo.
Los asteriscos invaden todos los sentidos.
Percibo una frecuencia extraña que lleva a un segundo plano los sonidos de la habitación.
El lado izquierdo cede definitivamente. Redirijo el derrumbe hacia adelante y me abalanzo sobre ella. Pego mi boca a su boca. Responde con ganas.
Llegué.
Asteriscos.



Giro sobre mi hombro derecho para darle la espalda a la luz que entra por la ventana de la habitación.
Intento abrir los ojos. Todo da vueltas.
Una náusea repentina me obliga a levantarme.
Estoy vestido.
Camino arrastrando los pies hasta la cocina sin poder abrir del todo los ojos.
Tomo agua que luego vomito.
Un hilo de saliva conecta mi cara con el mármol de la mesada.
En la mesa hay dos vasos y la puerta no tiene llave.

(sic)

A partir de mañana sube el precio de la bajada de bandera del servicio de taxis. La nueva tarifa será de $357,78 y un puñetazo en el rostro del pasajero. El puño debe recibirse de frente. Sube la bajada, la R.A.E en crisis. Suicidios masivos. Quejas por parte de varias agrupaciones de consumidores. Ciudadanos mayores piden que se golpee a los jóvenes. Los discapacitados piden que se golpee a los jóvenes. Las mujeres, también las jóvenes, reclaman sean golpeados los jóvenes. Sólo los varones jóvenes. Las feministas golpean a los discapacitados y a los viejos. Los esnobs se disfrazan de discapacitados. Se masturban. Todos, claro. Los jóvenes quieren que los golpeen. No puede ser que quieran que los golpeen, la juventud está perdida. Mientras, el hospital apuntala sus paredes con enfermos terminales. Escasez de cancerosos. La gente toma agua con arsénico para ayudar. Y se masturba. Los jóvenes golpeados envuelven sus penes en papel de lija y empiezan a darle subibaja. Cada uno aporta un granito y el país funciona. Pero, al final, nadie tiene cáncer. Todos sanos. La no viudas lloran de todas formas. Se empastillan. Se empastillan jodido. Terminan apuntalándose ellas mismas. Contra el sillón, de frente a la televisión. Cuanta abstracción cultural, se quejan, algunos. Algunos apuntalados. Miran al techo y le rezan a sus dioses que habitan en el yeso del cielo raso. Alguien pronuncia un discurso pero olvida el lugar de las comas y es derrocado por alguien que desconoce el uso del punticoma. Todos felices. A una mina fea no le creen lo de mina. Algún apuntalado demora quince minutos en reírse del chiste. Estaba ocupado masturbándose. Regueros de sangre joven. Mucha masturbación, viste vos. Superpoblación en los divanes. Siempre hay que mencionar los divanes. Y a los divinos. Ojo, no se crean la del arte que por mirar para el costado hay varios que se ríen un tanto raro y el pantalón les aprieta la entrepierna. Levantar el dedo no modifica nada. Tampoco modifica levantar piedras. Paredes, tal vez. De todas formas, enfrente está la posta. Nadie sabe para dónde porque están perdidos en medio de la niebla. O neblina. Sino hay que ir para abajo. Y abajo están los monstruos. Apretados. Sudando realidad. Pero la realidad no garpa. Sonreí y mostrá que no tenés dientes. Bien por vos, flaquito. Mirá. Ejércitos de desdentados sonrientes hacen loas a los imprescindibles. Los imprescindibles se cuentan entre ellos eso de las loas y se abrazan. Besos para todos. Ambas mejillas. Un dios, de esos del yeso, se masturba. Los dioses se masturban y los suicidios son masivos. Salen rápido a suicidar a los demás, a ver si en una de esas se quedan sin dientes. No servís para nada, flaquito. Podrías ayudar con tu cáncer. Todo el día masturbándote. Y sin sangre.

Delicias

Mis tripas rugen. Camino rápido entre pasillos mientras me doblo sobre mí mismo. Dos rubias muy producidas están paradas en la puerta del baño. Me ven pasar y me sonríen. A mí no me quedan sonrisas. Ni siquiera gestos de bondad. Llego, por y con suerte.
No puedo elegir, la primera puerta abierta es la opción. El inodoro está salpicado de mierda y orina y yo me siento encima sin pensarlo. A mi derecha cae por las paredes rellenando el hueco de algunas letras desprolijamente talladas sobre la superficie enchapada de las divisiones. Mierda y relatos de sexo homosexual firmados con semen, seco, entre nombres y algunos idiomas que no conozco. Hay un par más de acabadas a un costado.
La puerta del baño de al lado se abre y se cierra entre risas de mujer. Son dos. Parecen ser dos. Hablan en alemán. No puedo dejar de pensar que entre ellas y yo hay una fina división que ni siquiera alcanza al techo y ni siquiera parte desde el piso y de repente el lugar se vuelve un poco más pequeño. Se mueven mucho y se golpean contra las paredes y hablan fuerte. Alemán. 
Sube hasta entrar en mi por mis fosas nasales el hedor de meo acumulado durante varias horas, mezclado con mierdas de varios culos. Vomito un poco por entre mis piernas. Me recuesto sobre un lado y me dejo ir. Un poco de semen seco cruje y se despedaza sobre mi sien.
Hablan y se mueven más. Suena una bolsa de nylon desenvolviéndose y más alemán, rápido, sin pausa, imperativo y risas alemanas ho ho ho. Suena una nariz aspirando y otra vez y de nuevo. Silencio. Alemán en voz baja. Snif. Silencio. Risas ho ho.
La puerta de al lado se abre y empiezan a golpear la mía. Despego la cabeza de la pared y algo de lo desprendido cae hasta mi muslo derecho y se enreda en el vello. Las voces alemanas suenan aún más autoritarias. Es la guerra o el amor. Golpean ho ho oh oh. Insisten. Una mano se asoma por el espacio entre la puerta y el piso. Me saluda. Luego una teta que choca su pezón contra la mierda seca del piso.
Vomito un poco más.
Soplo las cascarrias de semen de mi pierna, me limpio algo y ya puedo salir. Las rubias custodian la puerta del baño. Ya no dedican sonrisas. Ni miradas. Yo sí, pero ya es demasiado tarde.
Por lo menos salpiqué con mi mierda y marqué mi territorio.
Salpiqué con mi mierda ho ho ho.